Sucedió hace algún tiempo en cualquier lugar. Un rey nombró de juez a un hombre sabio. Era un taoísta. El rey confiaba en que el sabio resolvería con justicia muchos problemas.
El primer caso del juez parecía muy simple. Se trataba de un ladrón que había confesado y fue agarrado “con las manos en la masa”. Así que el sabio condenó a un año de cárcel al ladrón. Pero también condenó al rico.
—¿Cómo es esto? —dijo el rico. Yo he sido el damnificado, ¿y me arrestas?
—Sí, respondió el juez. Tú eres tan responsable como él, si no hubieras acumulado tantas riquezas, él no te habría robado, toda tu acumulación es responsable de su hambre.
—Sí, respondió el juez. Tú eres tan responsable como él, si no hubieras acumulado tantas riquezas, él no te habría robado, toda tu acumulación es responsable de su hambre.
Cuando se enteró de esto el rey, inmediatamente destituyó al juez porque pensó así: “Si este hombre continúa su razonamiento llegará hasta mí.”
Ésta es una historia muy actual.
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